viernes, 9 de octubre de 2015

Secretaría Nacional de Explosión Social (Del cuento: Azúcar en los labios)

Desde hace 6 meses que nuestro hijo murió a causa de que la maldita Secretaría Nacional de Expulsión social nos negó la salida. Necesitábamos viajar urgentemente al país del norte donde estaban los únicos médicos capacitados para realizar una intervención quirúrgica que podría salvar a nuestro hijo.

Mi esposa y yo hicimos hasta lo imposible por conseguir el dinero que necesitábamos, nos endeudamos, nuestros hermanos se endeudaron, nuestros padres se endeudaron, incluso algunos amigos se endeudaron, y ya por fin, teníamos el dinero suficiente para salvar a nuestro hijo, sólo era cuestión de obtener un permiso de la secretaría del déjeme salir, cómo mejor se le conocía.

Permiso denegado, nos dieron cita para volver a intentarlo en 6 meses -Pero señorita…- pero nada, permiso denegado, nos dijo la mujer encargada de decidir quien salía y quién no del país, avalando su negación con un sello rojo que caía sobre la hoja petitoria con un estruendo tal que se nos iba la vida con ello.

Nuestro hijo murió a la siguiente semana. Todo fue en vano por causa de una egoísta funcionaria de gobierno que lo único que quiere es ver con quien desquitarse del odio que le tiene a su vida propia.

En los siguientes meses me dediqué a regresar el dinero que me habían prestado y a cerciorarme de que todos los que me habían ayudado estuvieran bien y sin deudas por mi culpa.

Después le platiqué a mi esposa mi plan: Yo iría a nuestra segunda entrevista en la SENES (Secretaría Nacional de Expulsión Social) cubierto de dinamita y una bomba que accionaría justo al llegar al mostrador matando a todos los culpables de la muerte de nuestro hijo. Para mi sorpresa, mi esposa estuvo de acuerdo, con una sola condición: -Yo voy contigo- dijo - de todos modos ya estoy muerta-

Llegó el día, habíamos vendido todas nuestras posesiones para comprar los artilugios de muerte que llevábamos repartidos por todo el cuerpo y lo que sobró se lo dimos en secreto a nuestros respectivos padres. Les dejamos una carta también, explicándoles todo y dándoles instrucciones sobre qué decir y qué hacer cuando la policía fuera a interrogarlos: "llevaban años que no nos hablaban, eran muy huraños, no convivían con la familia, de hecho pensamos que ellos mataron a su propio hijo", eso ayudaría al estado a crear unos monstruos mediáticos alrededor de nuestras personas y con ello, justificar el ataque a la SENES. Obviamente nunca podrían decir que el ataque se debió a la frustración de unos padres dolidos debido a su incompetencia como secretaría y a su inhumanidad como gobierno, y lo más importante, ayudaría a que no hubiera represalias contra su familia.

Estábamos en la fila, a unos metros del escritorio, cuando de repente mi esposa me hizo una pregunta que me dejó helado, y que por mas obvia que era, en medio de todo mi dolor no me había detenido a pensar: -¿y que hay de toda esta gente inocente?-  No le respondí nada. Ella interpretó mi silencio. Es mejor no pensar, de todas formas, ellos ya están condenados.

Alcanzamos a ver como rechazaban a otro más que abandonaba la oficina con una cara de afligido. Mañana se dará cuenta de la suerte que tuvo, otros 20 minutos aquí y hubiera volado con nosotros. En el edificio no había mucha seguridad, por lo que les fue muy fácil entrar con ropa holgada que disimulara la carga de explosivos que llevaban atados al cuerpo.

La señora dueña del destino de los emigrantes, decidió hacer una pausa para seguir comiendo donas con café mientras hablaba de su estúpida vida con otra de sus compañeras. Hasta me pareció escuchar al jefe de repente pidiendo mas donas y café.

-Ya casi llegamos al mostrador- le dije a mi esposa, nuestros ojos mostraron un brillo reflejando la esperanza de cumplir nuestra venganza. En teoría no importaba si explotábamos desde la puerta o desde el mostrador, toda la maldita oficina se iba a ir al infierno con nosotros, aún así, queríamos asegurarnos de llevarnos a esa perra con nosotros, no queríamos dejar ninguna posibilidad de que sobreviviera, aunque, dejarla desfigurada y tal vez lisiada por el resto de su vida también resultaba una idea atractiva, pero no queríamos arriesgarnos.

De repente un hombre joven, el siguiente en ser atendido, voltea a vernos al tiempo que hace un ademán con la cabeza en señal de saludo. Estamos a punto de matarnos y éste imbécil todavía quiere ponerse a socializar. No tenemos tiempo para eso. Lo ignoramos. El hombre pasa al mostrador, al parecer es aceptado; otro suertudo más que no moriría hoy.

Había todavía unas cuantas personas más antes que nosotros, algunas aceptadas, la mayoría rechazadas. Alcanzamos a ver a aquél hombre joven cruzar la línea divisoria del país del norte, y aún así se veía tan triste.

Por fin llegamos al mostrador, -Sus papeles- dijo la señora.

Me limité a mirarla fijamente a los ojos, -Sus papeles- repitió con más violencia.

Voltee hacía mi esposa, nuestras miradas se enlazaron en un segundo que pareció durar horas, de repente la atraje hacía mi y le planté un beso en los labios, sentí como le escurrían las lágrimas por las mejillas pero no dejaba de besarme. Mis ojos también empezaban a llorar.

A lo lejos alcancé a escuchar a la mujer de verde gritar su odio a diestra y siniestra: ¡¿Que significa esto?! ¡Sepárense! ¡Salgan de aquí ahora mismo! ¡Su permiso está denegado para siempre! ¡De por vida! ¡Si siguen con esto no sólo no podrán salir del país sino que van a pasar el resto de sus años en la cárcel! ¡Guardia! ¡Guardia!

No le di importancia alguna, sólo me importaba mi esposa y mi hijo al que pronto veríamos.

Con cuidado, alcancé el botón detonador que sostenía abajo de mi manga, los gritos de la mujer del mostrador seguían retumbando por toda la sala. Los pasos de los policías se oían cada vez mas cerca. Te amo esposa. Te amo hijo...
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¡BUM!




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