Arturo estaba en su despacho, leyendo
el periódico, haciendo esperar a su siguiente cliente mientras que Juan, su
asistente, ordenaba el sinnúmero de contactos de su jefe en sus cinco teléfonos
celulares; una precaución que, según Arturo, no estaba de más. Juan no podría
estar más incómodo, tener a una persona esperando a un lado suyo, en un espacio
tan pequeño.
La habitación en la que estaba
Arturo había sido excesivamente decorada con todo tipo de figuras, tapetes y
adornos; se respiraba un fuerte olor a incienso. De pronto, vio la nota en el
periódico: Una joven que había sido asesinada por su novio. La reconoció de
inmediato. Había ido con él varias veces para que le dijera su suerte. La
última ocasión había sido la semana anterior. El episodio no hubiera pasado de
la impresión de enterarse de la muerte de un cliente, de no haber sido por algo:
Arturo había profetizado a la muchacha que su destino era dejar a su familia y
huir con el hombre que ahora la había asesinado.
Esa tarde, Arturo se la pasó
dando vueltas en su oficina. En su mente, empezó a germinar una idea. Pudo
sentir cómo avanzaba, como una sombra gris apoderándose de su mente, hasta que
ya no pudo pensar en nada más. No había
vuelta atrás. Ahora lo sabía y estaba claro, había engañado a todos. ¿Se puede engañar si uno está convencido? La
pregunta no tiene sentido – se dijo-, porque, en el fondo, siempre lo supo.
¿Cuántos habrían sido víctimas suyas? Imposible contarlos.
Juan, quien seguía en la
habitación de al lado y empezaba preocuparse por su patrón, se decidió a
entrar. - ¿todo bien, Maestro?- preguntó.
Notó que Arturo estaba temblando y sus ojos rojos no podían ocultar la
angustia. – No – contestó secamente y miró hacia abajo; le indicó el periódico,
que seguía en la misma página. Juan identificó a la joven pero no supo bien de
qué se trataba todo, hasta que Arturo le platicó. –Maestro, debe tratarse de
alguien más-, dijo Juan, como queriendo convencerlo, aunque de inmediato se dio
cuenta de que era en vano. Aún lo llamaba “Maestro”; quizás era hora de dejar
de hacerlo.
A Arturo siempre le había
fascinado la interpretación de los sueños. Después de todo, así había
comenzado. Acostumbraba escribir sobre ellos todos los días, desde muy joven,
sólo así era posible acordarse de ellos por la mañana. Ahora, no quería invocar
las pesadillas que, estaba seguro, había tenido la noche anterior. Hizo un
esfuerzo por no recordar, pero quedaba en él, como ruinas inútiles, la
evocación de su sueño. Tenía en su mente palabras que no conocía, las podía ver
claras, aunque no estaban en ningún idioma; sabía pronunciarlas, podía sentir
los movimientos en su boca y su garganta, pero no correspondían a ningún sonido
que hubiera salido de él. Estaban también unas cartas de un tarot que había
tenido algunos años antes. No se parecía nada a lo que había anotado antes,
pero al menos no eran las pesadillas que lo iban a aquejar el resto de su vida.
Juan estaba esperándolo en el local, como todos
los días. Arturo llegó con el mismo rostro desdibujado con el que se había
despedido la tarde anterior. – ¿Maestro?, ¿tiene tiempo? -Imposible, Arturo sólo
quería sacar algunas cosas y salir de ahí. Apenas cruzó palabra cuando recorrió
su oficina mientras Juan lo observaba indeciso, con las manos juntas, temblando.
Tomó algo de valor y comenzó a hablar. Cuando la primera palabra salió de su
boca, Arturo se quedó congelado. Continuó así por casi media hora, con Arturo
inmóvil, sin atreverse a voltear a verlo. Ambos habían tenido exactamente el mismo sueño.
Yaut me gustó mucho!! ando contándoselos a todos jeje... te gusta el tema del tarot la adivinación y eso? Si es así dime, me gustaría hacer una dinámica en el que tú fueras el guía.
ResponderBorrarEn cuestiones de técnica, me gustaría que replantearas las comas del segundo párrafo, algunas son que no son necesarias y otras que podrías suplir por puntos y seguido. En esa misma sección usas el gerundio "profetizando", el problema del gerundio es que a veces al usarlo inventamos palabras que no suenan bien, intenta evitarlo.
Cuida los tiempos en los que escribes, a veces pasabas del pasado al participio sin mucha conciencia, no es grave, pero para perfeccionar tu escritura es importante tener plena intención de dónde colocas la acción en el tiempo.
El penúltimo párrafo tiene algunos problemas de redacción, reléelo e intenta que vaya con tu respiración.
Me encanta la imágen de RUINAS INÚTILES, cuando hablas del sueño. Ten confianza en ti y cuando creas que tienes una idea genial -como las ruinas en el sueño-, apártala como una pieza hermosa de un museo, dale su propia oración para que tenga impacto y no la opaques con una coma.
Gracias por el texto Yaut, abrazo.