Soy un hombre hecho a sí
mismo. Yo fui capaz de ver la oportunidad donde los demás sólo veían un futuro
miserable arañando la tierra rojiza y caminando durante horas para mendigar un
balde de agua. Yo fui el único que entendió qué necesitaba esta comunidad para
prosperar. Por eso todos me respetan. Los que más confianza me ofrecían
trabajan para mí, aunque saben que es un trabajo arriesgado. Yo debería ser
para estos desagradecidos más que Dios, porque yo me he quedado aquí ocupándome
de ellos y protegiéndoles, mientras que Dios se ha olvidado de ellos.
En este
pueblucho crecí, jugando al balón a la salida de la escuela. Todos soñábamos
con ser grandes estrellas del fútbol. Era nuestra vía de escape hacia Europa.
Nos llaman “el continente negro”, pero deberían decir “el agujero negro”. Si
naces aquí, ya sabes la vida que te espera. Por eso todos los chiquillos
imaginábamos que nos fichaban los grandes clubes y dejábamos atrás esta inmensa
nube de polvo rojo que se te pega en los pulmones.
Khalil y
yo estábamos seguros de que saldríamos de aquí. Sueños infantiles. Por suerte
yo encontré un futuro mejor para todos. Desde el principio él me apoyó y fue mi
hombre de confianza. Éramos como hermanos. Cada vez que me acuerdo de él siento
una punzada en el corazón. Él sabía a lo que se exponía y que no podía cometer
ni un sólo error. Los militares no tienen miramientos. Son sicarios sin escrúpulos
ni alma, que no se dan cuenta de que están luchando en el lado equivocado.
Después
de aquello, su madre se fue del pueblo. Nunca tuve la ocasión de hablar con
ella. Ya han pasado más de dos años y el dolor de haber perdido a mi único
amigo de verdad es cada vez más agudo. Cuando paso frente a su casa es aún
peor. La punzada es tan fuerte que me hace doblarme de dolor, aunque el chofer
tiene la orden de pasar lo más rápido posible.
He ido en aviones privados a todos los extremos del
país para visitarlos a los médicos más importantes. Yo no puedo correr el
riesgo de ir por carretera. Ninguno da con lo que me pasa. Un iluminado me
recomendó, si podía pagarlo, a un especialista extranjero. Claro que tengo
dinero para pagar a ese matasanos, pero en cuanto pusiera un pie al otro lado
de la frontera se me echarían encima todas las agencias internacionales de
seguridad e inteligencia. El último, antes que admitir su incompetencia me ha sugerido
que busque consejo entre los antiguos chamanes. ¡Y se hace llamar doctor!
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