Me encontraba sentado en la parada del camión, al igual que todos los días, con mi camisa bien planchada, la corbata perfectamente anudada y con uno de mis sacos favoritos, aunque ya algo viejo. Esperaba con paciencia, porque en estos días todo parece muy diferente, como si todo el mundo hubiese desaparecido junto con algunos edificios, no lo sé, pero seguro es algo pasajero. Yo debía hacer frente a las dificultades y ser un ejemplo, así que pase lo que pase debo presentarme a trabajar.
-Buenas- escuche una voz.
-Buenas tardes- conteste, eran dos jóvenes,
un muchacho, quien me saludo, y una señorita (es extraño porque en ese momento
me dio la impresión que había pasado bastante tiempo sin haber conversado con
alguna persona), tenían un aspecto muy despreocupado, desarreglado, no me
dieron demasiada confianza.
-¿Espera a alguien?-pregunto la señorita.
-No señorita, sucede que no pasa mi camión-
el muchacho comenzó a reír.
-¿Está loco?, no ha pasado un solo camión
hace meses. No va a pasar- escucharle decir eso al muchacho me causo un
disgusto enorme.
-Jovencito, eso no es pretexto- respondí
encarándolo.
-¿Pretexto para qué?- pregunto la señorita.
-Para no ir a trabajar, por supuesto-
respondí amablemente a ella. Se quedaron un momento en silencio, yo los miré
confundido, pensé que tan sólo eran dos locos que escaparon de algún hospital
psiquiátrico o algo por el estilo.
-Señor, el mundo se está acabando- dijo la
señorita después de aquel silencio.
-Mire, joven, éste es un país de
instituciones. Si el camión no pasa en cinco minutos, yo me voy caminando,
como todos los días. Punto. No vamos a permitir que nos rebasen estas cosas.
Los mexicanos somos más grandes que cualquier desgracia. Ya
lo vivimos en el temblor del 85.- respondí con una voz decidida,
esperando que aprendieran algo de un hombre con mucho más experiencia que
ellos, y creó que sirvieron de algo mis palabras, porque se quedaron en
silencio durante 5 minutos.
-Bien,
esto no tiene para cuándo. Me voy caminando. Con permiso.- Me levante del
asiento de la parada y camine por Av. Juarez hacia el zócalo. No voltee la
cabeza, fue la última vez que vi a esa par de jóvenes.
Durante el trayecto hacia el centro noté que, al igual que antes, no
había ninguna persona en las calles. No estaba muy enterado de lo que estaba
sucediendo. Hace apenas unos días mi televisor dejo de funcionar, al igual que
mi radio vieja, así que lo que haya pasado lo desconozco. Le habría preguntado
a esos dos jóvenes, pero comenzaron a decir locuras del fin del mundo, no me
parecieron de fiar.
Al pasar por la Alameda central se me vinieron a la mente
tantos recuerdos, momentos de alegría con amigos y alguno que otro amor, con un
paisaje de ensueño, entre jardines llenos de flores y jacarandas, entre las
fuentes y los corredores, entre sueños y emociones. Sin embargo, al mirar con
atención, ahora puedo ver que algo grave había pasado, muchos árboles se
quemaron y otros se derrumbaron, las flores fueron pisoteadas. En fin, sea lo
que haya ocurrido yo debo cumplir con mi deber.
Llegué a la
esquina de eje central, la cruce a mi paso porque no había personas en las
calles. Camine hasta la entrada de la torre latinoamericana, pero la puerta se
encontraba atrancada con algo desde el interior. Esperé un par de horas, pero
ni un alma cristiana cruzo por mi vista. Pensé en mirar por los alrededores en
busca de alguien que me diera razón sobre todo lo que estaba ocurriendo, eran
apenas las 5 de la tarde y todo el mundo se había ido para sus casas, es algo
que no me lo creo. Di vuelta en madero, pero al parecer todo se encontraba
igual, todos había abandonado al país.
-¡Cobardes!- grite mientras caminaba rumbo
al zócalo sobre la calle de Madero.
-Bola de cobardes, den la cara por su país,
no hay pretexto para todo esto- grite al seguir mi camino. Pero nadie
respondió, excepto el eco de mis propias palabras. Seguí mi camino y me detuvo
justo en el centro de la plaza del zócalo. Y en ese momento sentí tanta
tristeza y desesperación que grite al aire con todo mi aliento -¡Cobardes!-, y
en ese momento sentí un golpe en la cabeza y perdí el conocimiento.
Al despertar, me
encontraba amarrado a dos metros por encima del suela al asta de la bandera.
Debajo había toda una multitud, unas cien personas
alrededor mirándome y murmurando entre ellos. Pensé que me
querían comer vivo, que era una multitud de caníbales y que esperaban la señal
para encender las flamas y asarme vivo. En ese momento la multitud abrió un
camino, y se acerco un hombre con túnica, un tal Rodrigo D'Alba, o así es como
le gritaba la multitud. Yo quería gritarles sus cosas a todo esos cobardes, a
toda esa bola de disque mexicanos que abandonaron a su patria y se unieron a la
causa de un fulano de túnica, pero no pude decir nada, mi habían amordazado la
boca, y mis brazos y piernas estaban fuertemente amarradas al asta.
En ese momento, el
hombre de la túnica comenzó a hablarles a todos, pero se detuvo justo antes de
pronunciar la primera palabra, porque en ese momento el temblor comenzó, todo
se estremecía. Lo último que vi fue a toda esa gente escapar como los
cobardes que son. Corrieron lo mas rápido que pudieron. Un segundo más tarde el
estruendo del terremoto lo cubrió todo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.