miércoles, 14 de octubre de 2015

Menos de 80 k/h (narrador omnipresente)

Héctor manejaba por el circuito mientras escuchaba el discurso de algún pastor. Pensaba que no iba a llegar a tiempo a la misa en el templo evangelista donde se encontraría con su mujer. Y no iba a llegar porque nunca conducía a mas de ochenta. Tenía la idea que la diferencia entre manejar a una velocidad crucero e ir demasiado rápido era de tan solo unos minutos. El señor, decía, dispone y no quiero disponer por él, decía siempre. El teléfono sonó, vio en la pantalla que se trataba de su jefe y buscó una oportunidad para estacionarse; se llevó algunas imprecaciones obscenas a las que se limitó a santiguarse. Marcó rápidamente, su jefe contesto de mala gana. Héctor asentía una y otra y otra vez, al final se despidió agradeciendo. Marcó de nueva cuenta. Esta vez contesto su mujer. ¿Mi vida? Me han ascendido. Por su mejilla empezaron a rodar algunas lágrimas. Estaba visiblemente emocionado. Se despidió y le dijo que la amaba. Colgó y le agradeció al  Señor algunas veces antes de ponerse en marcha. Empezó a cantar una vieja oración que su madre le había enseñado, le gustaba cantarla ahora a sus dos hijos. Un instante, solamente un instante mientras cantaba y miraba por el parabrisas hacia el cielo basto para la distracción. Chocó y volcó su auto. Cosa casi imposible si consideramos que nunca rebasaba los ochenta kilómetros por hora. 

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