Cuando voy en el metrobús camino del trabajo me gusta
mirar a la gente e imaginar cómo será su vida. Por ejemplo, ese chico que va en
bicicleta escuchando música podría ser yo. De hecho, debería ser yo. Siempre
que digo que voy a empezar a hacer más ejercicio, me pongo como excusa que no
tengo tiempo. Y si lo pienso, cambiar el metrobús por la bici no me quitaría
tanto: a la oficina tengo que ir igual. Pero tal vez no sería una buena idea.
Cuando voy en el metrobús
me gusta escuchar música o pensar en otras cosas. Si yo fuese ese chico, tal
vez iría demasiado distraído. Posiblemente iría pensando en otras cosas, no en
el trayecto o en el tráfico. Sé que no sólo me pasa a mí. Cada vez veo a más
gente que mira el teléfono mientras cruza la calle o incluso mientras conduce o
va en bici por la ciudad. No se dan cuenta de que aunque piensan que están comunicados,
en realidad se aíslan del mundo. No ven ni oyen nada.
Podría pasar que dos
amigos que se están poniendo de acuerdo por whatsapp para encontrarse se
cruzaran y ni siquiera se vieran. Podría pasar incluso que tratando de estar
tan comunicados, uno de ellos atropellara al otro con su bicicleta y ninguno de
los dos llegara a apartar la vista de su pantalla. Podría pasar que en ese
momento también yo estuviera allí con mi bici, distraído por la música y me
chocara también con ellos.
Tal vez no sea una buena
idea. Será mejo que me limite a seguir imaginándome vidas para los otros desde
la ventanilla del metrobús.
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