miércoles, 30 de septiembre de 2015

Bola de pelo (Celos erróneos)


El despertador sonaba como claxon de autobús, una mano envuelta por sábanas se movía medio torpe hacia el origen del sonido, la luz que emanaba la pantalla del celular iluminaba el rostro compungido de Ismael. Se dio cinco minutos más. La segunda llamada vino cargada de una dulce voz femenina digital que, ejerciendo sobre su cuerpo inerte una fuerza brutal le arengó las nalgas al filo de la cama y esperó con los ojos cerrados a que las sombras de las últimas horas, una por una, desfilaran entre sus cabellos hirsutos y sorprendentemente lacios. Una grieta pequeña justo arriba de él, bajó lentamente hasta acomodarse sobre sus hombros y empezó a peinar el enjambre que los sueños alentaron a jugar.
Abajo, los dedos de sus pies brincaban al sentir el suelo cobijado por el frío, entonces, dos bolitas tan negras que la poca luz que lograba filtrarse por la hendidura de la puerta se perdía en los conmesurados espacios que los finos pelos construían a manera de trampa, cada una se acercaba a su respectivo pie. Con una docilidad tan perfectamente ensayada, aquellas figuras geométricas treparon sobre los dedos desnudos  hasta alcanzar los tobillos huesudos y llenos de vellos negros y torcidos. Llegando a este punto, finas hebras se acomodaron uniformemente siguiendo un patrón zigzageante hacia el piso, mientras se doblaban a si mismos iban formando lo que parecían unos calcetines demasiado burdos. Los hilos no dejaban de moverse. Se convulsionaban a cada paso de Ismael.
Sobre la cama aun desparpajada, un pequeño bulto aprovechando la irregularidad del  terreno se encaramaba como un isópodo y con una hebra a manera de patita se protegía de la hiriente luz. Los cajones y puertas del clóset chillaban de un lado a otro, abriendo sus brazos, ofreciendo sus entrañas de tela que vestirían al frágil cuerpo de Ismael que sin embargo, no se decidía por prenda alguna.
Al lado del clóset y abandonados por el orden, varios juegos de zapatos alzaban sus agujetas heridas (seguramente por alguna bestia hambrienta o peor, alguna que disfrutaba ver caer los pedazos de las cosas bajo su hocico babeante) y gritaban: ¡aquí, aquí, Ismael!, sin hacer caso al barullo, eligió los 24 horas. El zapato derecho, mejor conocido como el ‘corto’, alzó hacia los otros pares el pedazo de agujeta que le quedaba, aquellos se enconaron. El par de calcetines ya no tenían ese aspecto artesanal, ahora parecían de seda, brillaban con luz propia, éstos, cubrieron a los zapatos y oscilaron por un instante a una velocidad que no conocemos, regresaron a su forma práctica y dejaron tras de si un rastro lustroso que la misma oscuridad se reflejaba en ellos.
Una corbata color marrón se inclinaba más que las otras, logró el efecto deseado y la mano huesuda que testereaba aquella ropa la jaló hacia si y con gran habilidad se anudo ella sola a su cuello; mientras se miraba al espejo el pequeño bulto dio un pequeño salto, seguramente perturbado por algún sueño, Ismael le dedico una mirada casi expresiva por unos instantes para después continuar con aquel ritual. Intencionalmente dejó caer su reloj al suelo, pensando que aquel ruido metálico acabaría por despertar al ser que le daba deformidad a las sábanas pero no, ni un solo movimiento. Parecía que nada podría con aquel sueño que gobernaba en aquella habitación en penumbras.
Lo que siguió fue una serie de intentos para lograr incorporar a aquel ser. Fracaso tras fracaso. Al fin, Ismael, desencantado, pero perfectamente vestido, salía de aquel ambiente lleno de sopor que todo lo envolvía. Me voy, nos vemos en la noche, esperó una respuesta, un movimiento, algo, solamente los pares de zapatos jadearon algo que a la distancia era algo así como despedida, afuera, un auto daba marcha. Reinó el silencio.
De vuelta a la oscuridad de la habitación, numerosos amasijos de pelo negro subían como alambres por los pliegues del edredón hacia un punto en particular, había un pequeño alboroto ahí debajo, entonces, una pata felina se asomó y de ellas unas garras retráctiles que con gran indiferencia, cortaban un haz de luz que apenas lograba filtrarse, luego, una cabeza monumental logró salir a flote mientras sus ojos de serpiente abriéndose al máximo, escudriñaban el lugar. Se ha ido, quizá pensó, y abriéndose paso entre aquellas olas de tela descubrió su cuerpo, un gato enorme, abrió el hocico, bostezó, estiró su flexible cuerpo y dio un salto hacia la puerta, su pelaje se removió hasta acomodarse en casi todas direcciones, salió del lugar alzando verticalmente la cola y antes de desaparecer se detuvo, volteó la cabeza y miró con un desdén bastante marcado hacía el tálamo. ¡¡¡No te vayas, hermoso, quédate un ratito más conmigo, Max!!!. Se escuchó decir y de entre las cobijas, se deslizó al aire una pierna blanca y bastante torneada cuyos pies poseían unas uñas afiladas pero eso si, cuidadosamente limadas y pintadas.

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